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¿SERÁ QUE LOS GAYS QUIEREN VIVIR CON VIH?

Por Luis Manuel Arellano

¿Por qué los hombres gays no han logrado reducir la transmisión del VIH al interior de sus comunidades? Han pasado tres décadas y la infección sigue ahí, extendiéndose. Prácticamente todos tienen algún conocido que vive con VIH/Sida o incluso han enfrentado la pérdida de un amigo, un familiar o pareja por esta enfermedad. La encuesta nacional de la Fundación Mexicana para la Salud aplicada en el 2013 -en lugares de reunión de 24 ciudades- reporta que la sero prevalencia de VIH entre hombres que mantienen relaciones sexuales con hombres es de 16.9 por ciento.

Este elevado número de casos no es resultado de ausencia de campañas de prevención específica para homosexuales; durante más de 20 años diversas instituciones de Salud, así como decenas de organizaciones no gubernamentales, han realizado infinidad de campañas específicas y otro tipo de acciones preventivas hacia dicha población, incluida la distribución de cientos de millones de condones, con la finalidad de contribuir a detener la elevada tasa de transmisión. En este propósito se han empleado medios masivos de comunicación, internet y otros recursos informativos.

Si bien muchos gays han comprendido la dimensión de la epidemia, la mayoría se resiste a incorporar medidas para enfrentarla. Podría decirse que al Estado y a la sociedad en su conjunto les falta hacer más para controlar la infección, pero sin duda es claro que tampoco ha existido una respuesta sólida y contundente de parte de los propios gays ante la principal causa de transmisión del VIH: las relaciones sexuales no protegidas, muy socorridas en la población masculina de cualquier sociedad, sea homosexual, bisexual o heterosexual.

Así, mientras la epidemia acumula muertes (en este espacio hemos dicho que por lo menos han fallecido 120 mil gays mexicanos desde 1983), la población afectada no parece entenderlo.

La referida encuesta de Funsalud advierte, incluso, la baja percepción de riesgo encontrada durante el estudio, donde el 70% de los participantes reveló contar con el grado mínimo de preparatorio o estudios superiores, lo cual indicia un primer dato contundente: la toma de conciencia ante el VIH no tiene que ver con la educación.

Y esto es observable en prácticamente todos los sitios de ligue y encuentro sexual. Las redes sociales documentan perfectamente la existencia de grupos o individuos que rechazan protegerse o que tienen la equivocada creencia de que por existir tratamiento accesible para controlar la infección da lo mismo si ésta se adquiere o se evita. No se reflexiona que vivir con VIH cambia la calidad de vida y que al paso de los años una persona afectada debe modificar hábitos y patrones de consumo para enfrentar los efectos secundarios de los antirretrovirales.

Hace años, el investigador francés Michael Bozon llamó la atención respecto a cómo han cambiado los significados de la práctica sexual en el contexto del Sida, advirtiendo que los vínculos sociales contemporáneos tienden a establecer comportamientos de tipo situacional donde la prevención está ausente, y que esa espontaneidad se observa mucho en los gays (Letra S, abril 2005).
Esta “lógica” conductual genera la contradicción de que la práctica sexual no se corresponda con el discurso preventivo o de toma de conciencia.

Y así como la explicación que ofrece Bozón, existen planteamientos para tratar de explicar por qué para los hombres gays saber que el VIH existe no es suficiente razón de alerta, ni tampoco el conocer el estado serológico de la pareja sexual, porque haya o no información, se sepa o no el riesgo de exposición, al final de cuentas se asume el riesgo.

Ante este muro pragmático no hay campaña preventiva efectiva. Y dado que como ya se dijo diariamente se diagnostican nuevos casos de VIH entre gays, el reto se incrementa simultáneamente en el sistema de salud, donde los servicios especializados están siendo rebasados ante la demanda de atención, independientemente de que tampoco fluyen recursos para fortalecerlos al ritmo en que evoluciona la epidemia.

El panorama, desde mi lectura, es oscuro. Y aunque como siempre existen excepciones, los gays que se cuidan no hacen mayoría; por ello es necesario preguntar en voz alta si la población gay ha logrado comprender que mientras no sea capaz de asumir el cuidado de su salud en primera persona la epidemia va a permanecer. No se trata de evitar el placer sexual, sino de protegerlo. El balón está en la cancha de esta identidad sexo genérica que no ha podido, pero tampoco querido, construir su paraíso terrenal.

(Tomado de la página Pensar el Sida, con al autorización de su autor)

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