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Antonio Salcedo Cabrera

30 de abril de 1973 – 15 de noviembre de 2009

Por Mario Arteaga Arana *

Puede decirse que conocí a Toñito con la llegada del nuevo milenio, eran las primeras semanas del año 2001; yo iba saliendo de una relación larga cuando me lo presentó Rafael Cruz en esos días en los que vivíamos puerta con puerta en unos estudios muy cerca del metro Sevilla, en la Colonia Roma. Llegaron juntos después de una actividad de Grupo Homosexual de Acción e Información, estuvimos varias horas en mi habitación platicando los tres, él tenía una luz muy especial que lo llenaba todo, al hablar se le transparentaba el sueño, la pasión y la bondad. Quedamos de vernos la semana entrante, iríamos a ver “de monstruos y Prodigios” con Mario Iván Martínez.

Yo hacía un año trabajaba en la Gustavo A. Madero en el área de comunicación social, él vivía en la colonia Lindavista, en unos cuantos días se volvió común que pasara a saludarme, salíamos cada vez que teníamos oportunidad y cada vez nuestra relación se hacía más estrecha.

Toño era imparable; si bien yo procuraba disfrutar lo mas que podía los pocos tiempos libres que me dejaba el trabajo en el total ocio, él siempre tenía en la cabeza algo nuevo en que ocuparse y en que ayudar a los múltiples grupos en los que participaba, entre esas actividades se encontraba la organización de las bodas simbólicas en apoyo a la Ley de Sociedad de Convivencia el 14 de febrero en Bellas Artes. Quedé en que nos veríamos allá, recuerdo que mi jefa me dio permiso para ausentarme hora y media para poder ir aunque fuera un rato. Llegué aquella tarde cuando el ambiente se llenaba con “all you need is love”, tema de los Beatles que había propuesto Claudia Hinojosa como alma del acto.

Era un mar de gente; entre quienes querían registrarse, los morbosos, la prensa, los padrinos, los curiosos, los amigos, los solidarios, entre todos ellos y ellas no pude encontrar su rostro. Tuve que regresar a la oficina para cumplir con un compromiso. De nuevo a las 9 de la noche, encontré un palacio de Bellas Artes que permanecía allí como si nada hubiera sucedido.

Sentado en la escalinata estaba Toñito con un formato de registro entre sus manos. Llegué corriendo a explicarle, “estuve media hora solamente y no te encontré, vine a ver si aun estabas aquí”. La constancia estaba en blanco, habíamos quedado de registrarnos para apoyar la iniciativa de Ley: “te hubieras registrado con alguien más”, “no quería registrarme con nadie más” me replicó. En respuesta lo besé.

Fue un beso largo, duró de Bellas Artes a el Viena (donde no nos dijeron nada, pero nos vieron feo) y el Oasis (dónde nos regañaron; pero no nos importó) y duró el regreso al Viena después de que protestamos junto con nuestros amigos que no se nos permitiera besar… duró hasta la mañana siguiente.

Fuimos novios por algunos meses; pero yo no estaba aun listo para afrontar una relación al nivel al que él necesitaba y volátil como era yo en aquellos días terminé por echar a perder el romance con una infidelidad con un chico que después sería, cosas de la vida, novio de Toño. A pesar de que el noviazgo terminó, iniciamos una amistad que duró casi una década. Ese año trabajamos juntos en la organización de la Marcha del Orgullo, cuando no era tan incluyente mi tenía tantas letras y se denominaba lésbico-gay; él en logística yo en comunicación. El siguiente año codo a codo en la Red Ciudadana por la Sociedad de Convivencia y otra vez en la Marcha y en el centenario de “Los 41”, donde fui uno de los primeros privilegiados en tener en las manos las investigaciones que realizó arduamente en la Hemeroteca Nacional y en el Archivo General de la Nación, y que entre otras cosas ponían en claro la fecha de aquel vergonzoso apañón.

Con él pasé por infinidad de experiencias, desde la vez que dos guardianes del orden que quisieron extorsionarnos por hacer desfiguros (besarnos) en la vía publica (que fuerte, eso era bastante común hace poco más de una década) o recorrer todas las construcciones prehispánicas dentro de la ciudad un 21 de marzo sin vestir de blanco. Toñito se definía así mismo como “Totalmente Ticket Master”. Vimos juntos a Café Tacuba, a Timbiriche, Paul McCartney, Miguel Ríos y Joaquín Sabina. También Hoy no me puedo levantar, Bésame Mucho, el Violinista en el Tejado y por lo menos tres eventos cada año del FMX en Bellas Artes. Cada vez que había concierto de Horacio Franco estábamos presentes con una Bandera Arcoíris, que por cierto sacaba cada vez que había oportunidad.

Lo acompañé cuando se vistió de quinceañera y cuando se armó un vestido con lazos de zacate, estuvimos juntos el día que se hizo un body painting para protestar frente a la ALDF y cuando en la marcha se mando a hacer un bodi con el lazo rojo de lucha contra el sida.

Cuando conformamos el Comité Orgullo México, para dar certeza a la organización de la marcha, Toñito no pudo quedar en el acta constitutiva pues le fue imposible asistir a la asamblea, pero quienes participábamos lo reconocíamos como parte básica del comité por la ardua labor que hacía en bien de los colectivos, por ello al siguiente año fue elegido como vicepresidente de COMAC. Cada año ponía su granito de arena, desde organizar a los voluntarios y voluntarias hasta ir a medir el ancho de las calles por donde pasarían los contingentes. Así era él, con una iniciativa sin precedente, con una visión de largo plazo y una pila inagotable. En las juntas de evaluación invariablemente se acercaba a preguntarme ¿y ya sabes que sigue? Invariablemente su pregunta me lapidaba, pues yo no tenía una respuesta concreta.

Pero de lo mucho que hizo Toñito a lo largo de su vida lo más importante sin duda era el “qué hay detrás” de ese espíritu incansable, “cual era el interés” que le hacia ser el primero en levantar la mano para expresar su punto de vista, para ofrecerse como voluntario o para poner fin a una discusión absurda. El motor de Toñito fue que cada vez menos jóvenes vivieran lo que él y yo y muchos de nuestra generación habíamos vivido en nuestros días de mocedad. Eso era lo que a quienes lo conocíamos nos provocara un respeto absoluto.

Como amigos me tocó compartir los días en los que conoció a Juan Manuel, su pareja. Cuando me lo presentó hicimos corto circuito, lo reconozco, estaba celoso de él; pero al paso del tiempo logramos una relación chida, la convivencia en el activismo también nos hizo amigos y vivimos la transición de Juan Manuel a la Monse. Fueron buenos días.

Una tarde, no recuerdo bien la fecha, Toñito entró a mi oficina cabizbajo, con la cara roja, su imagen me dejó mudo, me quedé congelado cuando vi el espantoso dolor que traía cargando hacia horas. Esa mañana, la Monse regresando de un evento de recaudación de fondos para la marcha del orgullo, cayó al vacío desde el tercer piso en el que vivían. Toñito lo vio caer, mientras hacía las diligencias de su trabajo. El shock fue enorme y después de pasar horas en el papeleo de estos lamentables hechos, lo tenía en mis brazos diciéndome que Juan Manuel había muerto. Fuimos juntos a la iglesia de Santo Domingo, la misma en la que Toñito había sido bautizado y a la que le guardaba un cariño especial por los recuerdos que guardaba, ese fue el lugar que eligió para buscar un poco de paz, ahí lloramos juntos.

Al paso de los años nos fuimos frecuentando cada vez menos, yo me había trasladado a vivir a Toluca, pero cuando lo hacíamos nos lanzábamos a nuestras propias profundidades y salíamos reconfortados al saber que entendíamos perfectamente cómo se sentía el otro y qué palabras ofrecer para ayudarnos un poco.

Muy poquitas veces en la vida he sentido esa hermandad, por eso es que me dolió mucho cuando me enteré que estaba enfermo, tenía miedo de desmoronarme frente a él, de reprocharle que no me lo hubiera dicho antes, me sentía tan débil que me costó trabajo ir a verlo. Nunca pensé que el problema fuera tan grave, así que esperé al siguiente domingo para ir a visitarlo.

Llegué de Toluca al metro Cuauhtémoc para cumplir con el viejo ritual de pasar por lugares que nos eran importantes, yo había vivido en Álvaro Obregón y Cuauhtémoc y el Centro Telmex era un lugar de encuentro frecuente, caminé esas calles hacía el Hospital General, cuando iba llegando a la reja me encontré a Nancy, su hermana. “Ya no lo alcanzaste” me dijo.

Toñito, murió esa mañana, ahí parado en el ir y venir de la gente me di cuenta de que había perdido a un amigo y a un hermano. Su ausencia ha dejado un hueco que se ha vuelto imposible llenar. Aun hoy hay lugares y calles por las que prefiero no pasar pues aun me duele su prematura partida. El día en que murió, no sólo yo perdí al novio, al amigo, al hermano, al amante o al confidente: el activismo LGBTI perdió una de sus más grandes promesas, pues si bien él lo había dado todo a manos llenas, aun tenía muchísimo que dar. Por ello Toñito, gracias totales.

* Texto escrito especialmente para la página www.los41.com y el obituario LGBT Mexicano. Retomado para este espacio con la venia del autor.

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