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Responsabilidad histórica del activismo LGBT+

Por Antonio Medina Trejo 

La lucha por el acceso a los derechos de la comunidad lésbico, gay, bisexual y trans (LGBT+) nació en la clandestinidad a inicios de la década de los años 70, y cuando salió a las calles fue por la sofocante violencia y discriminación que vivían las personas no heterosexuales, tanto en espacios públicos como privados. Muchos de esos iniciadores del movimiento de la diversidad sexual rompieron con sus familias, con sus núcleos sociales y con sus arraigos por defender sus afectos y su diferencia sexual con dignidad y honestidad.

Este movimiento social se forjó del ímpetu de hombres y mujeres que irrumpieron en el espacio público para exigir a las autoridades policiacas un alto a la violencia hacia los jóvenes homosexuales y travestis que eran particularmente agredidos en las calles del otrora Distrito Federal.

Con el pasar de los años, y al ir avanzando procesos democráticos en la Ciudad de México y en algunos estados del país, el activismo LGBT+ fue tomando fuerza, presencia social y mediática. Los y las líderes de la diversidad sexual comenzaron a tener voz desde las nacientes organizaciones civiles, que trabajaban arduamente de manera comunitaria, sin recursos económicos, aunque ausentes en los espacios de decisión política.

La efervescencia política que se vivía a finales del siglo pasado para derrumbar el viejo régimen político, corrupto, añejo, arcaico, trajo cambios positivos a la nación a pesar de las resistencias en las esferas del poder político. Los diversos movimientos sociales tuvieron cabida en los nuevos escenarios políticos, particularmente de la Ciudad de México con el triunfo de la izquierda desde 1997.

La ciudadanía LGBT se fue empoderando con el pasar de los años. Sus liderazgos fueron ejercitando el músculo ciudadano con exigencias, pero también aprendieron a proponer soluciones que se fueron logrando poco a poco a pesar de que en los espacios de decisión política se tuvieran posturas conservadoras o renuentes al progresismo. 

A principios del nuevo milenio el activismo de la diversidad sexual ya estaba inserto en espacios legislativos, en algunas instituciones gubernamentales, en consejos consultivos y en espacios de comunicación de alta influencia mediática, particularmente en la Ciudad de México en donde fue sembrando avances legislativos y acciones de gobierno incluyentes. Ese activismo que estrenó el siglo XX aprendió a cabildear e incidir en política. Los liderazgos gays y lésbicos fueron preparándose en áreas estratégicas al ver las oportunidades de incidir de manera profesional a favor de los derechos de su comunidad.

Estos logros se fueron materializando gracias a ese músculo cada vez más fuerte y propositivos de impetuosos activistas LGBT, que entre otros sucesos, demostraba su fuerza cada año a finales de junio con la Marcha del Orgullo en la capital del país, y en un número cada vez mayor en ciudades del interior de la República. Desde luego que hubo pugnas, opiniones encontradas, desacuerdos y otras linduras propias de toda lucha social, pero se avanzó.

¿Qué es lo que tenemos hoy en día con el activismo LGBT+? ¿En qué escenario o escenarios se mueve este importante movimiento social en México?

Hoy en día el activismo de la diversidad sexual es beneficiario de una herencia fincada por más de tres décadas de lucha social que dieron mujeres y hombres LGBT desde los años 70. Algunos de aquellos jóvenes, aún viven. Otros no. Hay quienes siguen en la lucha social con su larga experiencia, pero también muchos de ellos y ellas ya se retiraron. Dejaron su experiencia y hoy se dedican a otras actividades.

Se observa un activismo muy reducido que sigue trabajando sin institucionalizarse aunque con muy bajo perfil y con poca incidencia real en lo político. Son muy pocas las organizaciones de este tipo que se resisten a morir a pesar de la asfixia que está ejerciendo el gobierno federal en contra de ellas. Son críticas, pero no lo suficiente para crear sinergia, pues la fuerza demagógica y clientelar del actual gobierno eclipsa a quienes son débiles de ideales.

Por otro lado, está el activismo que le apostó a la promesa del cambio con el nuevo gobierno, pero que hasta el momento no se ha mostrado la contundencia de dicho cambio al no representar de manera concreta, aunque eventualmente sí en el discurso, los intereses de este sector.

En muchos casos hay silencio, tal vez tiene que ver con la amenaza del presidente de no dar más recursos a las Asociaciones Civiles. Ha desactivado la esencia del activismo que es la crítica al sistema y a lo establecido. Las ONGs` están atadas de manos, inmóviles, pasmadas; pero además asustadas, por lo que han cedido a la pleitesía hacia todos los actores de la llamada 4T como una estrategia para cuando el presidente se apiade del activismo y libere fondos.

Esa dinámica clientelar que está imponiendo el gobierno federal al activismo LGBT+ ha provocado contención de las organizaciones civiles. A final de cuentas, muy pocos actores del activismo están siendo críticos de las circunstancias actuales con el nuevo gobierno. De repente en sus redes sociales hay exabruptos mínimos de protesta que no cambian nada. No se les ve como antaño protestando y emprendiendo acciones comunitarias contundentes. Hoy el servilismo es lo común y con ello muchas organizaciones civiles están permitiendo que se destruya lo que se había avanzado.

Los líderes actuales del movimiento de la diversidad sexual no pueden vender la lucha de varias generaciones de hombres y mujeres que fincaron un camino para avanzar en los logros que se han tenido hasta antes del 2018. Tienen en sus manos los esfuerzos de cientos o miles de mujeres y hombres LGBT que dieron su vida física o social por defender ideales. No tienen derecho de lucrar con la herencia que ellos y ellas nos dejaron a cambio de recursos económicos o de cargos en espacios de gobierno o legislativos.

El colectivo LGBTTTI actual, que es variopinto, pluridiverso y no es homogéneo, no debe entregar la legitimidad de esta lucha a un actor político ni a ningún caudillo. Su agenda debe estar por encima de colores partidistas e intereses grupales. No debe ceder a la mentira, ni a la demagogia, ni al apapacho, y por supuesto, no puede aceptar prebendas a cambio de docilidad, silencio y aplausos fáciles.

El movimiento de la diversidad sexual de 2019 debe tener la altura política para ser crítico, contestatario, autónomo, autosustentable y siempre propositivo. En su independencia radica su credibilidad; en su credibilidad su fortaleza y capacidad de transformar la realidad social a favor de la igualdad y los derechos, que es un ideal por el que lucharon muchos y muchas LGBT+ desde hace más de 41 años. 

@antoniomedina41

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